Vacaciones marca España.

La algarabía de las calles españolas ya ha ocupado un par de artículos de esta página a la que de modo recurrente vuelve como aquella piedra que Sísifo tenía que subir a la montaña una y otra vez. Pero más que un castigo de los dioses ante el desafío insolente de los humanos se trata del hado funesto de vivir en un país que tan pronto juega a ser europeo como muestra un papanatismo atroz.

Dos hechos motivan este eterno retorno. El primero de ellos un tuit de @SantiCavanillas con el siguiente texto: «5.02: acaba la tortura de hoy. Definitivamente, Calviá, ciudad sin ley, no sólo en Magaluf. Momentos en que dudas que tengamos Estado de Derecho». Por su parte, @LucasBlanque retuiteaba a @LaMalagaModerna en plena operación de triturado garbancero-Thermomix a eso de las 10.30, hora legal y racional donde las haya, en honor a esos vecinos ruidosos que regresaban un domingo a las 6.30 gritando su felicidad al vecindario.

El segundo, las manifestaciones vecinales en la Barceloneta contra los pisos de alquiler, al parecer causantes de la infestación del barrio por un turismo guiri de sexo y borrachera. Resulta un caso particularmente sorprendente de tonto que apunta el dedo en lugar de a la luna. Al parecer, eliminar alquileres ilegales resolverá el problema con el beneficioso efecto indirecto de bajar los precios para los de aquí, para los de toda la vida.

Erradicar cualquier negocio ilegal es razonable y beneficioso desde el punto de vista fiscal, y seguramente respecto de otros aspectos relacionados con la seguridad y la salud pública. Pero para un vecino de Valencia que desconoce la realidad local del barrio catalán suena a estupidez. Hay barrios igual de odiosos, o en camino de serlo, cómo el Carme y Ruzafa, y nada tienen que ver en ello los alquileres. Hay señores que se zambullen en Mallorca desde el cuarto piso de un “hotel”, y a Salou llegan con su paquete vacacional bien comprado en agencias especializadas en el negocio de la Spanish Sangría.

En la “La intimidad de las fiestas populares” y “Chunda, chunda” se adoptaba una crítica pseudojurídica, en el sentido de afirmar radicalmente el valor constitucionalmente relevante de la paz doméstica como elemento integrado en la garantía de la vida privada. A ellos me remito. El objetivo aquí es otro aunque al final el jurista tire al código como la cabra al monte.

Por más que lo intentemos, cada minuto, cada segundo le damos la razón al poeta que habló de la España de Charanga y Pandereta. A este paso vamos a convertirnos en el país de las eternas oportunidades perdidas. Mientras gobiernos de todos los signos ensalzan las virtudes del mejor último año de la historia para el turismo nacional, hasta el más lerdo puede apreciar que estamos cavando nuestra propia tumba y que lo que transmiten los tabloides ingleses es que para beber y follar como locos no hace falta irse ni al sudeste asiático, ni al Caribe, eso está a tiro de un Ryanair o un Airberlin, baratito, baratito.

Pero vayamos por partes. En primer lugar, lo que ocurre en estas poblaciones sucede al menos la semana de fiestas en todos los pueblos de España. Bueno, al fin y al cabo una vez al año no hace daño, pero como me decía mi abuelo Agustín paseando por el cementerio mientras apuntaba a la tumba de un conocido, mira “uno de los de una vez”. Lo que esos buenazos de alcaldes permiten en sus salerosas fiestas no es otra cosa que una excepción que sumada pueblo a pueblo confirma a Europa esa imagen de pueblo cerril y pasional tan vago como juerguista.

Otro tanto sucede con la permisividad respecto de los locales de ocio. Eso es justo lo que no se entiende en la protesta vecinal en la Barceloneta. Digo yo que los ruidosos y borrachos extranjeros que regresan a su pisito no han brotado como por ensalmo en mitad del césped de un parque, ni han sido creados del barro de una cercana playa, vendrán de algún sitio. Y me resulta sencillamente sorprendente que la Sra. Regidora se proponga una actuación policial de oficio piso a piso. Por cierto, ¿si no se les abre la puerta qué delito flagrante invocarán para entrar?, ¿el de peligroso extranjero anda suelto? Y sin embargo de los locales de ocio ni media, al menos en lo reproducido por los informativos en televisión.

No vamos a caer en el mito de ingleses, franceses y alemanes vienen aquí a hacer lo que no les permiten en su país. Esto no es creíble, aunque si matizable. Yo no veo a ese británico abstemio cincuenta semanas al año que compensa zampándose 30 litros de alcohol en dos semanas en España. Sin embargo, cuando uno viaja y se fija aprecia que la cuestión estriba más bien en el “cuando” y en el “donde”. Ver oficinistas borrachos en Londres tras la hora feliz, no es necesariamente inusual, pero eso pasa entre las 19 y las 21 h, no entre las 5 y las 6 h. Y tengo entendido que los alemanes se montan unas Oktoberfest y unas Parades de agárrate y no te menees. Pero dudo que allí Castilla sea tan ancha como en nuestro país.

Sin embargo, estos señores y señoras viajan a España con una imagen predefinida de paraíso de la permisividad y la juerga. Y, con harto dolor, hay que reconocer que su imagen resulta rigurosamente cierta. Debo leer poco y andar desconectado del mundo porque no recuerdo ni un solo titular del tipo «200 turistas borrachos detenidos en…». Y en caso de que haya sucedido alguna vez, no recuerdo titulares del tipo «Nueva redada de turistas ruidosos en…», o «el municipio XXX multa sistemáticamente por alteración del orden público a…». Y honestamente da en qué pensar y mucho. Y no sólo en el hecho de que en esta materia los municipios entren en la anécdota y no ataquen la categoría, responda a obvios intereses económicos a los que se subordinan el derecho a la paz doméstica y la salud de los vecinos. Hace pensar, en el modelo de país, en la Marca España.

Proporciona una cierta perspectiva vivir en la comunidad autónoma que vio nacer la ruta del bacalao y que decidió alicatar todos y cada uno de sus parajes playeros, con muy escasas excepciones. En los últimos quince años de salvaje construcción y de escalada en los precios, a nadie se le ocurrió un modelo turístico alternativo. Y había uno obvio que uno ve en las películas de Hollywood: el sueño del jubilado. Teníamos las condiciones idóneas para ser el hogar tranquilo de jubilados ingleses, alemanes y escandinavos. Más de 300 días de sol al año, vivienda relativamente barata, una sanidad de alta calidad y una especialización creciente en geriatría y dependencia, bien provista de buenos profesionales formados por las universidades valencianas. De eso sólo nos quedó el sol. Y sólo cabe esperar que la crueldad de un mercado inmobiliario por los suelos atraiga de nuevo a los mayores. Pero los jubilados, que tienen el feo vicio de verse todos los telediarios, aunque estén repetidos, a la vista de las noticias sobre la Barceloneta, Calviá o Salou, me temo que tomarán la sabia decisión de no venir a un país en el que no se puede descansar.

Tampoco he visto en la prensa sesudos reportajes sobre el incremento del turismo de calidad. No me suena nada de nada, ni tengo información, sobre cuantos jóvenes estudiantes de historia, historia del arte y humanidades han creado empresas de turismo cultural que lo están petando. En mi tierra, me temo, hay más alcaldes profundamente falleros que rabiosamente filósofos. Y esa es la cuestión, la primera empresa del país parece seguir anclada en aquellas campañas del “Spain is different”, del sol, la paella y la sangría.

Y mientras tanto, en lugar de dictar o aplicar con rigor ordenanzas municipales que obliguen al cierre de los locales a su hora, en lugar de sacar de la circulación con la sanción que proceda al turista infractor, la provecta regidora barcelonesa enviará a la policía local casa por casa. Decisión loable, pero cuando un médico ataca un cáncer no se limita a las metástasis, extirpa el tumor principal. Y este aquí no es el pisito sino un determinado modelo turístico y de concepción de la ciudad y la convivencia. Pero bueno ya saben, beber y comer mucho y tarde, salir de juerga hasta a las tantas, que festeros y falleros se salten la ley con pleno conocimiento de alcaldes que piensan antes en el voto que en el bienestar público, eso es sin duda la “Marca España”, y el lerdo borracho inglés lo sabe.