BREXIT

Qué Europa queremos o como le debemos el BREXIT a la señora Merkel.

Mi infancia se acompañó de un conjunto de extrañas lecturas. La indudable influencia de mi abuelo me convirtió en un lector impenitente hasta el punto de que de los 10 a los 12 años cayeron mis manos obras tan particularmente extrañas para un niño como «Rommel Zorro del desierto» u un doble tomo sobre la historia de la Segunda Guerra Mundial. Estas lecturas me resultaban fascinantes, cautivadoras. Evidentemente se centraban en aspectos puramente militares que a esa edad no podían sino ser vividos como una aventura. Sin embargo, despertaron un profundo deseo de conocer cuál fue la realidad que nos llevó a esa situación, a esa Segunda gran Guerra.

La lectura en la edad adulta de monografías especializadas de simple divulgación histórica dibujó un cuadro conocido por todos pero poco revisitado. Estremecen y horrorizan las narraciones de batallas de Anthony Beevor, o como Rees describe el proceso de deshumanización, de cosificación, de aplicación de metodologías puramente industriales al exterminio de personas en Auschwitz.

En Europa fuimos capaces de cocinar un genocidio que afectó a más de 6 millones de personas, de incendiar varios continentes y de provocar una guerra devastadora. Y para ello fue necesaria la confluencia de un conjunto de factores que sin duda encendieron la llama de lo que había de suceder. Todos ellos son conocidos. Los más obvios, los más evidentes, la guerra franco-prusiana la anexión de Alsacia y Lorena y el deseo de venganza de la Primera Guerra Mundial. Rencillas que Versalles, y la venganza esta vez alemana que desató la Segunda Guerra Mundial.

Pero al margen de los grandes trazos, en esta etapa histórica hay algo que resulta profundamente descorazonador. El periodo de entreguerras se caracteriza de una parte por la crisis definitiva en la esperanza de que el progreso nos iba hacer mejores, de una crisis económica que dio al traste con aquellos locos años 20 en los que todo parecía posible, y finalmente por la presencia de liderazgos políticos profundamente débiles. Este fracaso político se evidenció en el desastre que supuso la creación del primer experimento de Naciones Unidas con resultados francamente nefastos, inoperancia, incapacidad y nulos resultados. El sueño de Wilson resultó ser una pesadilla.

Además la confluencia de líderes débiles en Francia y Gran Bretaña con el populismo del nazismo alemán resultó trágica para la historia de Europa. La receta hitleriana no fue otra que una intervención estatal en la economía de carácter brutal, con un programa intensivo de obras públicas, con aquel famoso coche del pueblo y sobre todo una política de rearme.  La obvia creación de empleo de algún modo consolidó la apariencia de buen gobierno del Partido Nazi. No olvidemos que las condiciones leoninas de Versalles que no contribuyó a mejorar la grave crisis económica de una Alemania endeudada hasta nuestros días. Y fue la hiperinflación posterior a la crisis del año 29 la que acompañada de políticas de austeridad la que congeló la economía. Los alemanes recuerdan como para ir a la compra se necesitaba más espacio en el carrito para los billetes impresos a una sola cara que para las mercancías más bien escasas que se podía comprar a cambio de millones y millones de marcos.

Resulta sin duda estremecedor constatar como la historia sino se repite al menos se parece. Al periodo de entreguerras le sucedió un periodo de fuertes liderazgos aunque Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos se anticipó a ello con el New Deal. Churchill en Gran Bretaña o Degaullle en Francia constituye una generación prácticamente de políticos/generales que ganaron la Guerra y a la que poco después sucedería una segunda generación que promovió el experimento comunitario con Schuman o Adenauer a la cabeza. Los grandes líderes europeos probablemente se acabaron en el último período de hegemonía francesa con Delors y François Mitterrand. Y aunque que los resultados concretos no fueran espectaculares, es la última etapa en la que podemos constatar en el imaginario político europeo la presencia de líderes sólidos y reconocibles que apuestan por la construcción de una Unión Europea, aunque no me atrevería a decir de una Unión Política.

Trágicamente hoy la historia se repite. Vimos en Europa dividida, preñada de nacionalismos chovinistas y xenófobos. Hoy ya no es el judío, sino el árabe, el terrorista yihadista o simplemente el inmigrante. Ya no nos preocupa la teoría del espacio vital en términos de territorio, porque el gigante alemán juega su partido en una suerte de espacio paralelo en una economía globalizada. Ya no necesita tanques, pero es capaz de definir políticas basadas en su miedo atávico a la inflación, tomando decisiones que paralizan el crecimiento económico en Europa, defendiendo un espacio vital en términos de economía que asfixia a los demás países.

Vivimos una generación de líderes mediocres en Alemania, en Gran Bretaña, en Francia, en España acompañados de líderes como los proto-fascistas en Hungría o Polonia, que dirigen los destinos de un barco que se hunde. Allí donde hasta el poco sospechoso izquierdista partido demócrata norteamericano apostó por un keynesianismo moderado la economía creció y la situación se estabilizó. Aquí de la mano de una ortodoxia económica de la austeridad, que se demostró como un grave error en el período de entreguerras, y que a diario se está demostrando que efectivamente lo es, se condena a la pobreza a millones de personas por la senda de la ortodoxia económica alemana.

Es este el contexto el que ha generado los populismos en Europa, el populismo de extrema derecha ha sido causado directamente por las políticas de la Alemania de la señora Merkel bien secundada por todos sus palmeros. Cuando se empuja a capas enteras de la población a la desesperación de la pobreza en una Europa preñada de riqueza, de grandes entidades financieras a las que sostenemos con nuestros impuestos, y de 1% de la población que se ha enriquecido sistemáticamente en esta crisis, no le podemos pedir que vote ordenada, razonable y moderadamente. Somos nosotros mismos las que le estamos poniendo en manos de la extrema derecha reaccionaria y populista el argumento de la crisis, somos los que facilitamos la salida antisemita, xenófoba de siempre. Hoy los progromos los practicamos en Lesbos, en Lampedusa, en Ceuta o en el Eurotunel. Son esas políticas las que sin duda han acabado de convencer a los ingleses de que era conveniente salir de la Unión Europea.

En un contexto de esta naturaleza, puede que sólo nos quede una apuesta. Y esta no puede ser otra que forzar a la Unión Europea a caminar con paso firme y decidido hacia la unión política. Pero eso no será posible sin un cambio de política económica, sino un reforzamiento de las instituciones de la Unión, sin una profundización democrática y parece que también con el necesario cambio de unos liderazgos que no sólo son mediocres sino que incluso se podrían calificar de tóxicos.