Reflexiones en torno al Big Data o por qué algunos necios miran el dedo.

Una reciente jornada organizada por la Fundación Ramón Areces sobre el Big Data puso muy directamente sobre la mesa un conjunto de viejos-nuevos problemas y la necesidad de plantearse un enfoque específico ante esta realidad. Las intervenciones de los distintos ponentes confirmaron hasta qué punto es éste un territorio abierto a la imaginación. De algún modo esta tecnología parte de un universo nuevo, -la posibilidad de tratar todos los datos-, integra en su ADN la innovación no sólo técnica sino también conceptual, -¿por qué no combinar nuevos elementos en estudios tradicionales si tenemos los datos?, y concluye en una cierta paradoja cuando lo que encontramos puede ser distinto de lo que buscamos, o simplemente cuando tenemos un resultado “el qué” pero resulta complicado establecer la causalidad: “el por qué”.ramonareces

¿Cuál es la reacción frente a esta materia de los campeones de la privacidad? Una salida frecuente consiste en demonizar la tecnología y a sus usuarios. Al parecer Confucio sigue teniendo razón y después de siglos mientras los sabios apuntan a la luna nuestros necios de turno siguen mirando al dedo. En principio, resulta particularmente sencillo decir que algo es sencillamente peligroso en sí mismo, si además esto nos ayuda a tener ese tan necesario enemigo externo que justifica nuestra incompetencia, mucho mejor.

La afirmación anterior resulta más entendible si acudimos a algunos de los ejemplos que cita de Viktor Mayer-Schönberger en su obra Big Data. No parece particularmente demoníaco el estudiar las condiciones fisiológicas que apuntan al agravamiento de neonatos en una UCI, ni tampoco establecer las pautas de incremento de precios elevando ciertos productos cuando se sacaba una nueva versión de modo que el consumidor percibiese como más barato el modelo antiguo realmente subido de precio, o establecer un modelo de previsión de retrasos aeroportuarios, o de verificar la licitud de operaciones complejas en mercados de valores globales.

Por otra parte, muy distinto sería el caso en el que esas herramientas se utilicen para manipular individual o socialmente, o para definir discriminaciones. En consecuencia, salvaguardar la libertad del consumidor y la no manipulación es esencial, y si hablamos del votante mucho más. Indexar a la población potencialmente peligrosa con ese modelo “preconsciente” de Minority Report o finalmente establecer modelos de asignación de recursos como los seguros de salud en función de variables que eliminan el modelo actual de socialización del riesgo y lo podrían sustituir por un modelo de rentabilización estricta del cliente podrían degenerar en una sociedad insolidaria e intolerante.

Otro elemento a considerar es el de la propiedad sobre los datos. Por una parte, existe un subconjunto de datos de titularidad pública cuya reutilización puede ser altamente beneficiosa para el conjunto de la sociedad. De él se ha ocupado la normativa europea y nacional sobre la materia. Por otra parte, podemos incluir el subconjunto de datos que las distintas organizaciones generan con su esfuerzo e inversión. Y por último, en una enumeración no exhaustiva, tenemos un conjunto de datos que los que generalizando denominaremos consumidores. Estos tienen una naturaleza híbrida ya que pertenecen a cada uno de nosotros pero el valor añadido surge de su agregación. Y ello nos plantea la duda sobre si podemos “monetizar”, esa palabra tan de moda. Es decir, parece que nos podemos sentir tranquilos, nuestra red social, nuestro correo, lo pagamos en privacidad contante y sonante. Pero, ¿y la indexación del consumo de nuestra tarjeta de crédito cuyo uso nos cuesta un pico al año?

Y esta cuestión, considerada de modo global no es en absoluto banal. Big Data apunta nuevos modelos en los que realmente será radicalmente cierto que la información es poder, y no sólo político y social, también económico. Y ello situará de un lado a las organizaciones ante el compromiso ético de redistribuir ese valor económico informacional reduciendo los costes finales para el consumidor. Y de otra parte, nos obliga a reflexionar sobre un mundo en el que el monopolio de la información afecte severamente al funcionamiento del mercado.

Para abordar este conjunto de cuestiones es necesario plantearse un enfoque secuencial, aunque probablemente por la vía de urgencia. En primer lugar, resulta indispensable aprovechar lo que ya tenemos. Y en nuestra mochila para empezar incorporamos el conjunto de derechos fundamentales que definen el constitucionalismo occidental. Las normas, principios y valores que incorporan constituyen la primera e insalvable barrera. Además, la legislación sectorial, y muy determinantemente la de protección de datos personales nos ofrece un segundo elemento del que echar mano. No obstante, no olvidemos que la legislación sobre competencia o la relativa a la publicidad ofrecerán herramientas adicionales.

Pero en este momento se requiere una capacidad de adaptación de la que no siempre hacen gala nuestros reguladores. Ni se trata de demonizar la tecnología, ni de dictar soluciones de laboratorio redactadas en despachos alejados de la realidad pero expertos en hacer que las categorías jurídicas encajen aunque sea con calzador. El resultado práctico habitual en estos casos suele ser que las soluciones “jurídicamente elegantes” resultan inaplicables en la práctica. Así que lo que probablemente lo que más necesitamos no son necios apuntando al dedo, -por muchos titulares de prensa que ello les proporcione-, sino astronautas dispuestos a explorar la luna, a pie de obra, con riesgos, haciendo callo en las manos al trabajar.

Seguramente de ponernos a pie de obra, y esta sería la segunda secuencia, caeríamos en la cuenta de que la institución del consentimiento en protección de datos se ha banalizado y que incluso el propio regulador no escapa a la tentación de “sanarlo todo” con el consentimiento llegando a conclusiones que traicionan su papel de garante de los derechos fundamentales. Del mismo modo, se plantearían hasta qué punto la relación entre finalidad-patrón-tratamiento se sitúa en el centro del debate. Seguramente, entenderían que pasamos de un mundo de finalidades unívocas y previamente definidas a otro de finalidades potenciales e incluso descubiertas ex post facto. Es probable que incluso descubrieran hasta qué punto la calidad entendida como veracidad puede ser sustituida por una suerte de lógica borrosa que genera una verdad meramente predictiva. Y finalmente, y créanlo me quedo corto, entenderían que ya no sólo hay datos “sensibles” o especialmente protegidos, sino usos y resultados sensibles.

Pero lo peor para el regulador tradicional será el entender que es posible que el mundo Big Data constituya una especie de mundo paralelo como en Fringe en el que los globos de hidrógeno y los hoteles neoyorquinos de Gaudí pueden existir. Esta tecnología puede ser un motor generador de cambio, puede ayudar a orientar nuestras elecciones, nos puede ahorrar mucho tiempo y esfuerzo, incluso puede devolvernos a ese mundo perdido en el que tu camarero te ponía tu cortado, corto de café con leche natural cuando simplemente aparecías por la puerta del bar. Y el papel de un regulador imaginativo en su abordaje del asunto, flexible en sus soluciones y a la vez riguroso en la prevención de conductas lesivas resultará esencial.

Finalmente, las cuestiones que plantean las tecnologías de la información deben ser abordadas por el legislador. Lo que en algún lugar he definido las costuras de la privacidad se ven desbordadas de un modo significativo por los retos que plantea el Big Data, y el olvido, y la lucha contra el terrorismo. Pero no sólo ellas, también las de la publicidad, las de la competencia, o lo que resulta y valioso, la protección de nuestros niños y niñas. Y la Ley debe encontrar un punto de equilibrio, no puede frenar el avance científico y técnico, debe darle un cauce debe definir ciertos límites que garanticen nuestras libertades y a la vez no frenen el progreso. Debe facilitar la acción empresarial y corregir los desequilibrios en el mercado de la información, tanto entre empresas como respecto de los consumidores.

Y debe hacerlo ya.